Relato de una forreada, ahora con los jubilados

Por León Nicanoff

Sentado sobre un banquito gastado y  bastante roto, frente al kiosco de la calle 25 de Mayo, espero, un poco impaciente, el colectivo línea 3, para que me deje, finalmente, allá por el barrio Empleados de Comercio. ¿Un poco impaciente? Qué digo, totalmente impaciente, más que eso. Molesto, re molesto. Por suerte, el día es agradable. Después de intensos calores y un sol abrasador, ahora parece que el cielo es cubierto por una inmensa frazada azul, gris y dentro de poco, negra. Desde lejos, el viento empuja suaves brisas que corren tranquilamente entre los árboles y hacen ronronear las hojas hasta deslizarse por mi cara, en una deleitable caricia. Lindo día. Entonces me tiro para atrás, estiro las piernas, saco los auriculares, pongo Led Zeppelin I-1969 y me entro a armar un tabaquito, calmo. Lo enrollo pero no pega, claro, la seda está al revés. Respiro largamente e intento armarlo de todas maneras, pero lo rompo. La puta que lo parió. Un rayo de cólera entra nuevamente por mi frente. Puteo con los dientes apretados y moviendo los labios, salgo del cómodo respaldo pero sigo sentado, el bondi no llega, meto el fallido cigarro en mi puño y lo hago añicos, lo tiro y lo pisoteo, de un tirón me saco los auriculares, no quiero escuchar música. Miro alrededor, con expresión de pocos amigos, a mi izquierda un hombre de esférica panza, a mi derecha una señora, grande, arrugada, de buzo y pollera larga, más atrás una fila de cinco o seis personas. Todos con expresión de pocos amigos, parecían Michael Douglas en “Un día de furia”, es más, la señora arrugada tenía un bolso, y llegué a pensar que venía de Mostaza de pedir una hamburguesa. No quiero almorzar, quiero desayunar, habría dicho la señora. “Pensándolo bien, quiero una hamburguesa, me das por favor una hamburguesa”, le traen la hamburguesa. “Pero no quiero esta, quiero esa que está ahí en el cartel, ¿por qué me diste esta triste, miserable y aplastada hamburguesa”, y en ese momento habría sacado de su glorioso bolso la metralleta y ta ta ta ta mueran lacras ta ta ta ta. Bueno, sigo molesto pero más tranquilo, no me siento tan solo. Si no fuera por ese grupito de pibes, de entre 13 y 14 años, que se ríen sentados en la puerta de una casa. Los observo, y como si hubiera ocurrido un milagro, llego a contemplar el momento preciso en que la paloma en lo alto del árbol caga, y la mierda suculenta se estrella sobre la cabeza de uno de ellos. Sus amigos ríen, yo tenía ganas de levantarme y decirle “jodete, boludo, eso te pasa por querer un cambio, ahí tenés el cambio”. Quería joder, molestar, hasta con chicanas fáciles e incoherentes, incluso a pibes que, por una cuestión biológica, ni siquiera podrían haber votado.

La noche anterior ya había sido de mierda. Llegué tarde, un poco descompuesto, a mi departamento. Las mosquitas seguían ahí, como murciélagos del infierno, dormían plácidamente en el techo. Saqué la basura mil veces, mil veces más limpié la casa, agoté mil tubos de Raid, que encima aumentó la última semana, pero las hijas de puta no se van ni se mueren. Está bien. Me hice arroz pelado, blanco y con un poco de aceite. Para tomar, agua tibia, me olvidé de llenar la botella. Está bien. Me siento, prendo la tele. El gobierno le rebajó a los jubilados. La concha de tu madre. La condonación, el perdón, las cuentas, el entusiasmo, la inflación, los ricos, los pobres, los despidos, la literatura de autoayuda, los forros, los boludos, pienso en todo, pienso en mis abuelas jubiladas. 40 años trabajando, echada, empleada, echada de nuevo, críos, viuda, jubilada, mínima de jubilación, en el crepúsculo de una vida agitada. Tiro el arroz a la mierda. Pero lo junto rápidamente para que las mosquitas no se hagan un picnic. Qué humillación. Me acuesto, Triste. Bastante triste. Tardo en dormir. Suena el despertador, una, dos, tres, cuatro veces, llego tarde al laburo. Salto, entonces, de la cama, y voy corriendo. Llego transpirado. A continuación, voy al baño y me lavo la cara, tomo agua de la canilla. Tres pasos a la derecha, y enfilo para mear. Allí, estaba meando otro hombre, que me saluda. Lo saludo.

  • ¿Cómo andas?- me dice.
  • Bien ¿vos?- le digo.
  • Que quilombo hay en el país- me dice. Parecía angustiado, preocupado.
  • Sí- le digo, mientras meo.
  • Y los muertos nos los vamos a quedar nosotros- me dice.
  • ¿Sabes lo que dijo Macri antes de las elecciones?- le digo mientras termino de mear- Que si perdía se iba a Italia.

Me mira largamente, de reojo.

  • ¿Sabes qué dijo Macri, hace poco, cuando le preguntaron qué iba a hacer cuando termine el mandato?- retomo la conversación- Que seguramente se vaya a vivir a Italia.

Me mira largamente, de reojo. Hace una mueca mientras deja de mirarme. Yo me voy.

INGRESADA PUBLICADA 2/7/97

El colectivo línea 3 finalmente llegó. Hay una fila de siete u ocho personas, contándome. Yo estoy en segundo lugar. Entro. Un poco más de la mitad de los asientos están siendo ocupados. En el fondo, una pareja a los besos, escuchando música con un auricular cada uno. Más adelante un viejo, con gorra. Al costado, dos adolescentes, llenas de granos, una con brackets. Al otro costado, un muchacho regordete, de polera, parecida a la de Pino Solanas, con anteojos y pecas. Bastante abrigado para la ocasión. Un puñadito de personas más. El colectivo arranca. Me quedo un instante parado y la señora del bolso me pasa. Se sienta. Me siento a su lado.

  • ¿Cómo anda, señora?- le pregunto apenas me siento.
  • Mal muchacho, cómo voy a estar- dispara, bastante envenenada la vieja, y sigue- Cómo voy a estar si anoche me acosté temprano, y esta mañana me desayuné con la noticia de que a nadie le importan los viejos.

Para qué le pregunté, pienso. Y ahora qué le respondo, si tiene razón. ¿Que no es tan así? Si es mentira. ¿Que se quede tranquila? Tranquila de qué, si la forrearon de arriba abajo. Me quedo callado, peor. Y de un momento a otro, le respondo:

  • Bueno… a todos no, a este gobierno de forros e insensibles sí. Que… bueno, eligió más de la mitad del país- mientras decía la última frase me iba arrepintiendo, qué boludo, y para remarla, digo- Quédese tranquila, señora…
  • Tranquila de qué, pibe. No entiendo- me responde rápidamente, avispada la vieja. Efectivamente había sido una frase boluda.

anciana

Miro alrededor y dos cabezas están dadas vueltas, escuchando, como queriendo participar. El sol se escapa de entre medio de una nube gigante y golpea un instante en el vidrio. El bondi frena en una parada. Entra gente, nadie sale.

  • Parece que la rebaja de los aumentos de las jubilaciones va a ser de 300 pesos, aunque el gobierno dice que son 20. Igual ahora va a dar una conferencia de prensa y seguramente dará marcha atrás, como ya lo ha hecho muchas veces. Qué delincuentes- les comento a esas dos cabezas que observaban expectantes para incluirlas y que la vieja no se la agarre solamente conmigo.
  • Va a dar marcha atrás, no le queda otra- dice una cabeza.
  • Si es así, ya se tiene que ir yendo- sentencia la otra cabeza.
  • Cuántas crisis políticas más van a abrir. Son idiotas, inútiles.
  • Son extraterrestres, no les importa nada- salta de atrás el viejo de gorra, que se suma a la charla.

De pronto me alejo para mirar y éramos cinco personas entusiasmadas, vivas. Otras tres miraban, también parecían tener ganas de largar su bocado. Todos con algo atragantado. Y se suman dos más.

  • Yo lo voté, lo admito. Me tenían cansado de tanto soberbia, confrontación y no paraban de chorear- expresa, mirando para abajo, como arrepintiéndose.
  • Yo también lo voté. Me quiero matar. A mi hijo lo acaban de echar, encima. Me quedan cinco años y me jubilo.
  • Esta medida de los jubilados es una condición del FMI- dice uno.
  • Ya se tendría que ir yendo- aporto yo, luego sigo- Y mirá si con toda esta literatura de autoayuda, un buen día viene Macri y nos dice “me dí cuenta que ser presidente me hace consumir energías negativas, mejor me voy, gracias de todas maneras, los amo a todos”, y se va a Italia con la fortuna del viejo y nos deja acá con un quilombo tremendo.

Y todos, ese grupo, que ya éramos como ocho o nueve personas, saltamos exaltados, como una bola de energía, calentada por brasas de un demonio del submundo. A las puteadas, a los alaridos. Sedientos de sangre.

colectivo

Y en ese momento, en ese preciso instante, aparece desde una esquina, como una cucaracha mugrienta y detestable, el regordete de polera y pecas.

  • Bueno, tampoco es para tanto. La rebaja va a ser de 20 pesos, no es nada. Además, ahora va a haber una conferencia y lo más seguro es que den marcha atrás. Fue un error, nada más. Todos aprovechan para exagerar. Es un esfuerzo que hay que hacer. El tema es que el gobierno anterior se robó el país y lo hizo pelota. Culpa de ellos.

Entre nosotros nos pechábamos, nos empujábamos para putearlo, ya valía cualquier cosa. No se entendía nada, pues las palabras venenosas se entrecruzaban, se mezclaban. Incluso el chofer, con el labio montado, miró por el espejo retrovisor con mucho odio y le dijo “pibe, dejá de hablar pavadas, querés”. Lo miramos con sorpresa, entonces por un momento se hizo silencio, y justamente ahí penetró, como una luz melancólica, la voz de la vieja.

  • Querido, el tema no es el dinero, nos pueden bajar 2 o 200 pesos, 1 o 1000 pesos. Incluso pueden dar marcha atrás ahora para que sigamos cobrando la miseria que estamos cobrando. El tema son las decisiones que toman, favoreciendo a sus familias, y humillándome a mí, en la última etapa de mi vida- esboza, la querida vieja, con absoluta serenidad y firmeza.

Todos callamos, conmovidos. El bondi frena en la siguiente parada y el inmundo ser humano desciende, cabizbajo.

Yo me había pasado dos paradas, asique espero a la próxima y me bajo. Saludo con mucho estusiasmo y abandono mi asiento. Camino, durante varias cuadras, hacia la casa de mi viejo. El aire es fresco. Los árboles, uno tras otro, están verdes y erguidos. Una leve sonrisa se disimula en mi cara. Llego a la casa, el portón está cerrado, no hay nadie. Toco timbre, pero nadie contesta. Meto la mano en la mochila, busco las llaves. Me las olvidé en el trabajo. Macri la concha de tu madre.

camino

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